Abrió dando un portazo; el objetivo estaba claro: sobresaltar a su objetivo y asegurarse de que, al entrar, éste le estuviese mirando. Alzó la mano en la que ya llevaba la pistola e hizo dos disparos; el primero al cuerpo, asegurándose de que su objetivo no iba a salir corriendo; el segundo a la cabeza, a corta distancia. No quería errores. Se giró hacia mí. Yo era el tercer hombre y él, sin duda, un profesional.