Vi cómo se alzaba sobre la línea del horizonte, cómo se dirigía -directamente- hacia donde yo estaba, cómo iba ocupando cada vez más campo de visión. El mar se retiraba cuanto más se aproximaba. La vi venir y no la vi venir; fascinado como estaba con su visión, no reparé en que estaba apenas a unos metros de mí. Ya no había escapatoria: sucumbiría a su llegada. Me besó, me acarició, me susurró, me lamió…. me arrolló. Perdí el sentido, todos los sentidos, y por un momento viví.